Llegué muy temprano al gran edificio del centro por algún tipo de milagro. Desde el piso nueve veía la gran ciudad, me sentía inmenso, pero aún no lo era. Aquel día me levanté a las seis de la mañana, no tuve tiempo de arreglar la cama, dejé todo tirado, me tomé un café cargado con un pan duro pero muy duro. Arreglé mi gran maleta y salí disparado. Comencé a toser varias veces pues a esa hora había mucha neblina en las calles y era muy alérgico a la humedad, tenía algo que me fastidiaba por dentro, me costaba sacarlo de mi garganta, aspiré profundo y luego comencé a toser tan fuerte que un gran escupitajo cayó al borde del panel del paradero. Lo quedé mirando y sonreí. Tenía que votarlo. Al fin salió, pensé.
Toda la ciudad estaba húmeda y mojada, había cruzado todo el centro con mi gran maleta que pesaba por lo menos 10 kilos, en ella llevaba mi laptop, un IPad, tres libros de Bukowski y un diccionario Inglés-español, pues uno de los libros de Charles estaba escrito en Inglés. Caminé por una calle muy estrecha y mojada, me gustaba caminar por lugares así, cada paso que daba sentía la humedad que se calaba por la suela de mis zapatos. Mientras caminaba por esa vereda que se perdía en el horizonte me distraía mirando los graffitis obscenos de las paredes aledañas, todo andaba con barro y papeles regados. Tenía las manos en los bolsillos y a veces zigzagueaba para no golpearme con las personas, pero mi gran maletín las golpeaba, ellos volteaban y me insultaban, yo de reojo veía sus labios y su ojos, ellos me miraban de pies a cabeza, y podía leer sus labios, se movían lentamente pronunciando la palabra: «Conchetumadre”, yo solo giraba lentamente hasta donde me permitían el cable de mis audífonos y me disculpaba levantando la mano, pero ellos andaban furiosos, ellos tenían que trabajar. No me importó, seguí mi camino hacia mi charla, andaba feliz. Tenía todo listo, solo quería relajarme, por eso mientras caminaba escuchaba canciones que me animaban, la música la sentía muy agradable, me hacían recordar a los talleres literarios que realizaba en el verano en un Balneario al sur de la capital. Comencé a tararear la canción “Guacamole” de Kevin Johansen. La escuchaba a todo volumen, así no me sometía a los insultos de las personas. En un cruce no miré a los lados y felizmente un mercedes del año paró a medio metro de mis piernas, nunca había visto el escudo de ese auto tan cerca, por un instante pensé que si hubiese golpeado mi pierna me hubiese tatuado esa insignia en uno de mis muslos.
Pero todo felizmente andaba bien, la música era entretenida, todo era muy rico, a pesar del tráfico a esa hora y a todas las horas de la mañana, no me incomodaba ni el aullido incesante de los cláxones, la gente los toca hasta por agradecimiento. Esto se debe a que aún estamos en vía de desarrollo, pero ahora eso ya no me interesa, al menos hoy. Me interesa mucho menos. Las personas que caminan por las veredas andan agestadas pero yo sonreía, me mimetizaba con salsa de Guacamole. La noche anterior había sido fría y sola, había caído mucha llovizna mientras yo terminaba de corregir unos textos en mi habitación. Desde la ventana que tengo al lado del escritorio oía las gotas que caían al patio donde cultivo esas plantitas medias raras, éstas que me hacían reír de día y me hacían toser de noche.
Una vez que llegué al edificio, subí silbando al ascensor, aún estaba sólo. Al bajar al piso nueve subieron dos chicas guapas, pero solo las vi. En recepción antes de entrar apagué la música y presioné un botón verde escuchándose un sonido medio raro a la lejanía. Me abrió la puerta una chica rubia, muy blanca, agraciada, pero con unos lentes muy grandes, me imaginaba que ante un estornudo caerían los lentes en cualquier parte, pues tenía una pequeña nariz muy en punta. Le estiré la mano y ella se acercó dándome un beso muy cerca de mi boca, me puse nervioso. Tosí pero solo fue una vez. Busqué algo que refleje mi rostro, quería ver si me veía bien. Cuando me empecé a ver en el reflejo de una ventana muy limpia, me di cuenta que mi barba estaba muy larga y también pude ver a la chica que sacaba algo de su bolso y se colocó una crema en su cuello, pude sentir el olor a almendras desde donde la contemplaba, me quedé pensando en lo que hizo y mi respiración empezó a agitarse. Otra vez la alergia, pensé.
Me acerqué a ella y le comenté que esperaba a Gladys para una charla, la vi de cerca por fin, sus ojos eran verdes y pequeñitos por los lentes, estaba atrás de un mostrador lleno de papeles, con muchos fólderes. Su bolso lo tenía aun abierto estaba lleno de maquillaje y cremas.
Ella se dio cuenta que la quedaba mirando idiotizado, y se comunicó al anexo de Gladys, se había pintado también los labios de un color rosado, sus labios eran grandes y se movían de una forma deliciosa cada vez que se juntaban. Los veía mucho más grandes.
Siéntese caballero-dijo ella señalando aquellos sofás negros.
Ella se paró de su sitio, se dejó ver por fin, era delgada, tenía una cintura fina, unas caderas anchas y una falda gris muy corta, sus piernas se veían duras, eran de color canela, pues tenía pantis para ocultar su blancura, bajé la mirada sin que nadie se dé cuenta, tenía un culo finísimo y paradito, al caminar pude ver que se marcaba una pequeña trusa. Tuve que sentarme pues no podía mantenerme de pie, se me había puesto dura y cogí una revista que tenía al lado en una mesa pequeña. Para mi mala suerte cogí una revista de negocios y al abrirla habían mujeres casi desnudas eran modelos de una empresa de lencería mostrando cada una de sus piezas, esto me hizo poner más rojo y por debajo de la cintura todo fue en aumento, me estaba incendiando, veía en esas páginas mujeres rubias con grandes bustos y diminutos atuendos que parecían estallar, mi respiración aumentó, mi excitación era brutal, no podía pararme, quería mantenerme sentado todo el día, no quería dar la charla, quería follar. Cerré los ojos.
Caballero pase por favor a esta sala mientras vengan los alumnos. Están en camino- dijo ella. Estaba sin los lentes, tenía el pelo suelto, las caderas se movían de una forma que solo yo podría explicar, sus muslos eran gruesos y su culo era preciso, me hacía sudar, yo la tenía muy dura. Estaba sintiéndome como nunca quería estar. Al menos en ese lugar no.
La sala estaba al otro lado del piso, estaba toda oscura, había una mesa larga de madera con muchos libros y papeles, no habían prendido el aire acondicionado ni las persianas. La chica prendió la luz y yo automáticamente la apagué cogiendo su mano, la sujeté del brazo fuertemente y la levanté poniéndola encima del borde de la gran mesa, ella abrió sus piernas, pero no del todo, esa falda apretada se lo impedía, cogí sus muslos y le levanté la falda a la altura de las caderas, ella recién pudo abrir las piernas, su respiración me indicaba que también quería hacerlo, las pantis las tenía hasta medio muslo , comencé a sobarle los muslos con desesperación, cogí su carne, era muy suave y blanda, en una pierna le baje más la panti, pasé mi otra mano por su sexo, la tenía mojadita, era un líquido que estaba muy caliente también , acomodé mi dedo en su abertura sin introducirlo, me excitaba sentir la calentura y la palpitación en esa parte de su cuerpo, levanté la mirada y ella se había acomodado todo el pelo a un solo lado, me excitaba verla así, tenía una blusa roja y veía sus grandes tetas perfectas para ser devoradas, ella se desabotonó solo dos botones, por ese espacio pasé mis dos manos terminado de abrirle toda la blusa, pero rompiéndole los demás botones, tenía la piel muy suave, clara y un ombligo fino, su brasier era crema y las tetas querían salirse, pude ver medio pezón rosado que quería buscar claridad, le arranqué también el brasier y me enterré entre sus dos magníficas montañas blancas y gordas, el olor era suavizante y su piel era muy mía, las lamí llenándolas de saliva, las mordí, las apreté, ella gemía suavemente mordiéndose sus labios carnosos, le gustaba lo que le hacía, la quería voltear para introducírsela pero no quería perderme lo que hacía con sus grandes tetas, pero no aguanté ni medio segundo más, la volteé, ella se apoyó en la mesa aplastando sus grandes tetas sobre el tablero de madera, le levanté toda la falda, le arrimé a un lado el diminuto calzón y se la metí. Me vine al instante por lo excitado que estaba. Ella me la lamió y me quedo mirando desde abajo con esos bellos ojos. Mirarla desde arriba me dio un leve estado de superioridad, se le veía deliciosa desde acá arriba casi desnuda, sus curvas eran precisas y el momento fue digno y muy excitante a pesar de haber descargado en ese pleno instante. Ella se quedó mirándome supongo y cerré los ojos mientras ella me pasaba nuevamente su pequeña lengua por la parte baja de mi cuerpo. Abrí los Ojos.
-Caballero pase por favor a esta sala-dijo la chica.
La sala estaba a oscuras, ella prendió la luz y yo la apagué, pasé mi mano sobre la suya. Era suave. Me miró fijamente. La miré y ella sonrió.