Déjame en paz, dije mostrándole el crucifijo. Este vociferó, vomitó, tomó mis brazos, luego abrió mi boca y se impulsó, sentí un torrente de aire helado por dentro. Cuando mis pacientes me piden algún consejo, debato con el nuevo inquilino, pocas veces me toca hablar, y ayudo, si habla él, peligro.